Que soy capaz de recibir, de vivir, y de brindar
PARA QUE SEA TESTIMONIO DE LA VERDAD
Queridos amigos:

Entre
los temas tratados en parashát Behár, se encuentran las leyes relativas
a "shvi'ít", el séptimo año, en que prohibe la Toráh cultivar,
cosechar, tomar provecho de la tierra. Tras establecer ésta y otras
leyes, hallamos una instancia de prueba, de comprobación de la verdad. Y
dice así, en Vaikrá XXV, 20: "Y si decís (si os preguntáis) qué
comeremos en el séptimo año, si no plantaremos y no recolectaremos
nuestra cosecha". A este versículo, refiere Rabi Iehudáh un versículo de
Tehilím (Salmos XXXVII,3), cuyo sentido intentamos traducir así:
"Confía en D's, y haz bien; mora (halla asiento en) la tierra, y
alimenta la fe".
Cuatro son las etapas del trabajo del hebreo en esta vida. La primera: "Confía en D's". A cada paso hallarás desafíos y pruebas frente a los cuales la lógica te indicará un camino ajeno a la Toráh. Confía, ten fe. El ejercicio de la fe sabe mudar la realidad. Debes saberlo y hacerlo parte de tí. Una vez que estás cierto en ello, una vez que sabes que no hesitarás en hacer lo correcto por más que no responda eventualmente al dictamen de nuestra lógica insignificante y mezquina, estarás en condiciones de oficiar correctamente la segunda etapa: "haz bien". Hacer el bien es conducir la propia vida de acuerdo a la Toráh, a las mitsvót, a la sabiduría de la verdad. Es tomar la Toráh por mapa de tu laberinto, y conducirte por los caminos que la Toráh te muestra en cada orden de la vida. Explica el Zohar en este punto que, cuando haces el bien en el mundo material, despiertas bien y bendición en el firmamento: abres las puertas de la brajáh, de la bendición, para que ésta penda sobre tí. De ese modo, el ejercicio del bien en todas sus formas incide en los órdenes material y espiritual de la vida de modo directo, y atrae bendición.
Gracias a la realización armónica de estas dos primeras etapas (asentar la confianza en D's, y a partir de ella, obrar bien), es posible arribar a la tercera: "Mora (halla asiento en) la tierra". En la explicación de Rabi Iehudáh, "la tierra" aquí es expresión de ambas dimensiones: material y espiritual. A través del ejercicio del bien "abajo", despiertas la respuesta, el reflejo, del verdadero bien, que proviene de "arriba". Y con ello, se constituye en tí una armonía única, sólida, que se proyecta en hallar tu sitio, el espacio físico-mental-espiritual que te es propio, en el que podrás desarrollar todo tu potencial. Hallar verdaderamente asiento en la tierra es acceder a la vida que hace propicio todo el bien y toda la belleza que soy capaz de recibir, de vivir, y de brindar.
Y cuando ésta se hace realidad, automáticamente se cumple la instancia final: "alimenta la fe". El verbo original que hemos traducido por "alimenta" es de sentido mucho más amplio y preciso; es "lir'ót", traducible también por "pastorear". Y la metáfora no podría ser mejor, puesto que un pastor que lleva a su rebaño a pastar, procura para él las mejores pasturas. Tales pasturas no son alimento para consumo humano: nadie que no los animales lo comería. Mas a través de buscar, para sus animales y de acuerdo a lo que ellos están aptos y dispuestos a comer, las mejores pasturas, el pastor está procurando para más tarde el sustento de más elevada calidad para los hombres: la mejor carne, la mejor leche, la mejor lana, el mejor cuero; alimento y abrigo que brindará luego el animal a los hombres, gracias a la dedicación del pastor que procuró las pasturas.
Tal es el proceso que lleva a alimentar la fe, a alentarla, a expandirla: a activar la bendición del Creador sobre sus creaturas desde el ejercicio feliz de la Toráh. No está en nuestras manos producir la carne, la lana, el cuero: está en nosotros, sí, procurar las pasturas; generar las causas que darán por resultado la bendición, la felicidad, el bien. Y esas "causas" que resultarán en tales efectos son el ejercicio propio de la fe, el trabajo de las mitsvót, el amor y la entrega desde la plena convicción de verdad y bien que nos enseña la Toráh.
Entonces, tras proponer la Toráh: "Y si decís (si os preguntáis) qué comeremos en el séptimo año, si no plantaremos y no recolectaremos nuestra cosecha", así responde Hashém al desafío en el versículo siguiente: "Y ordenaré mi bendición para vosotros en el año sexto, y se hará la cosecha para tres años". Esto es: si confiáis, y hacéis bien, y halláis entonces vuestro lugar en la tierra y expandís la fe, de modo natural regirá la bendición para vosotros. Y desde que la finalidad del proceso es la expansión de la fe, la afirmación del lazo que une al Creador con sus creaturas por vía de hacer manifiesta y visible en la realidad Su majestad y presencia, no dice: "os daré cosecha suficiente para tres años", ni "cosecharéis el triple de lo habitual". En su lugar, dice: "y se hará la cosecha para tres años". Porque habrá de ser como en el milagro de Janucáh, en que la vasija de aceite suficiente para un único día duró ocho (y fue "esa" única vasija; no ocurrió que de la nada aparecieran siete vasijas más, sino que el contenido de esa única vasija rindió ocho veces lo previsto): la cosecha será normal, como cada año, mas rendirá, en un milagro revelado permanente, el triple de lo habitual. Para que sea testimonio de la verdad. Para que cada momento de la vida, cada orden, cada área del quehacer de nuestros días, sea testimonio de la verdad.
Por ello, también el capítulo XXXVII de Tehilím continúa diciendo, tras el versículo que analizamos: "Y deléitate en Hashém, y te dará lo que pida tu corazón". Porque del deleite en el bien, del deleite en la Toráh y su estudio y ejercicio permanente, nace el deseo certero, capaz de volverse realidad.
Les invito a visitarnos en nuestro Beit-Midrásh virtual,
a disfrutar del estudio, a cooperar con este proyecto creado para
vosotros. Esperando que disfrutéis del material de esta revista, que ha
sido preparado con amor,Cuatro son las etapas del trabajo del hebreo en esta vida. La primera: "Confía en D's". A cada paso hallarás desafíos y pruebas frente a los cuales la lógica te indicará un camino ajeno a la Toráh. Confía, ten fe. El ejercicio de la fe sabe mudar la realidad. Debes saberlo y hacerlo parte de tí. Una vez que estás cierto en ello, una vez que sabes que no hesitarás en hacer lo correcto por más que no responda eventualmente al dictamen de nuestra lógica insignificante y mezquina, estarás en condiciones de oficiar correctamente la segunda etapa: "haz bien". Hacer el bien es conducir la propia vida de acuerdo a la Toráh, a las mitsvót, a la sabiduría de la verdad. Es tomar la Toráh por mapa de tu laberinto, y conducirte por los caminos que la Toráh te muestra en cada orden de la vida. Explica el Zohar en este punto que, cuando haces el bien en el mundo material, despiertas bien y bendición en el firmamento: abres las puertas de la brajáh, de la bendición, para que ésta penda sobre tí. De ese modo, el ejercicio del bien en todas sus formas incide en los órdenes material y espiritual de la vida de modo directo, y atrae bendición.
Gracias a la realización armónica de estas dos primeras etapas (asentar la confianza en D's, y a partir de ella, obrar bien), es posible arribar a la tercera: "Mora (halla asiento en) la tierra". En la explicación de Rabi Iehudáh, "la tierra" aquí es expresión de ambas dimensiones: material y espiritual. A través del ejercicio del bien "abajo", despiertas la respuesta, el reflejo, del verdadero bien, que proviene de "arriba". Y con ello, se constituye en tí una armonía única, sólida, que se proyecta en hallar tu sitio, el espacio físico-mental-espiritual que te es propio, en el que podrás desarrollar todo tu potencial. Hallar verdaderamente asiento en la tierra es acceder a la vida que hace propicio todo el bien y toda la belleza que soy capaz de recibir, de vivir, y de brindar.
Y cuando ésta se hace realidad, automáticamente se cumple la instancia final: "alimenta la fe". El verbo original que hemos traducido por "alimenta" es de sentido mucho más amplio y preciso; es "lir'ót", traducible también por "pastorear". Y la metáfora no podría ser mejor, puesto que un pastor que lleva a su rebaño a pastar, procura para él las mejores pasturas. Tales pasturas no son alimento para consumo humano: nadie que no los animales lo comería. Mas a través de buscar, para sus animales y de acuerdo a lo que ellos están aptos y dispuestos a comer, las mejores pasturas, el pastor está procurando para más tarde el sustento de más elevada calidad para los hombres: la mejor carne, la mejor leche, la mejor lana, el mejor cuero; alimento y abrigo que brindará luego el animal a los hombres, gracias a la dedicación del pastor que procuró las pasturas.
Tal es el proceso que lleva a alimentar la fe, a alentarla, a expandirla: a activar la bendición del Creador sobre sus creaturas desde el ejercicio feliz de la Toráh. No está en nuestras manos producir la carne, la lana, el cuero: está en nosotros, sí, procurar las pasturas; generar las causas que darán por resultado la bendición, la felicidad, el bien. Y esas "causas" que resultarán en tales efectos son el ejercicio propio de la fe, el trabajo de las mitsvót, el amor y la entrega desde la plena convicción de verdad y bien que nos enseña la Toráh.
Entonces, tras proponer la Toráh: "Y si decís (si os preguntáis) qué comeremos en el séptimo año, si no plantaremos y no recolectaremos nuestra cosecha", así responde Hashém al desafío en el versículo siguiente: "Y ordenaré mi bendición para vosotros en el año sexto, y se hará la cosecha para tres años". Esto es: si confiáis, y hacéis bien, y halláis entonces vuestro lugar en la tierra y expandís la fe, de modo natural regirá la bendición para vosotros. Y desde que la finalidad del proceso es la expansión de la fe, la afirmación del lazo que une al Creador con sus creaturas por vía de hacer manifiesta y visible en la realidad Su majestad y presencia, no dice: "os daré cosecha suficiente para tres años", ni "cosecharéis el triple de lo habitual". En su lugar, dice: "y se hará la cosecha para tres años". Porque habrá de ser como en el milagro de Janucáh, en que la vasija de aceite suficiente para un único día duró ocho (y fue "esa" única vasija; no ocurrió que de la nada aparecieran siete vasijas más, sino que el contenido de esa única vasija rindió ocho veces lo previsto): la cosecha será normal, como cada año, mas rendirá, en un milagro revelado permanente, el triple de lo habitual. Para que sea testimonio de la verdad. Para que cada momento de la vida, cada orden, cada área del quehacer de nuestros días, sea testimonio de la verdad.
Por ello, también el capítulo XXXVII de Tehilím continúa diciendo, tras el versículo que analizamos: "Y deléitate en Hashém, y te dará lo que pida tu corazón". Porque del deleite en el bien, del deleite en la Toráh y su estudio y ejercicio permanente, nace el deseo certero, capaz de volverse realidad.
con vosotros mis brajót, desde una Ierushalaim luminosa,
daniEl I. Ginerman
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APRENDIMOS EN LA GUEMARA ESTA SEMANA

¿Qué dice, qué canta, la paloma al Creador? Así le dice:
"Amo del mundo: Así sean mis alimentos amargos como la oliva mas vengan de tu mano, y no que sean dulces como la miel dependiendo de los hombres".
Talmud Bablí, Tratado de Eruvín 18,2

No argumenta un hombre si no tiene razones en su mano.
Esto es: si alguien defiende ante un tribunal su derecho, se debe presumir que tiene razones que respaldan su pretensión. No es razonable pensar que alguien va a defender ante un tribunal una posición que caiga sola ante un ataque sencillo.
Talmud Bablí, Tratado de Shvuót 40,2
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AMANTES DEL SHALÓM
por Rav Meir Ifraj
Está escrito en Pirkéi Avót I,12: "Dice Hilel: Sé de los discípulos de Aharón el Cohén, amante del Shalóm, y que persigue el Shalóm, que ama a las creaturas y las acerca a la Toráh".
Hilel nos indica aprender de los caminos de Aharón, que amaba a todas las personas y buscaba establecer entre ellas la paz. Cuando se enteraba de una pelea o un litigio dentro del pueblo, se dirigía a una de las partes y le contaba cuánto el segundo lamentaba la situación y cuánto se arrepentía de haberle lastimado. Luego iba donde el otro, y repetía iguales palabras. Y cuando se encontraban ambos contendientes por fin, se abrazaban y besaban y recuperaban entre ellos la paz. Y así hacía también entre los maridos y sus esposas en todo el pueblo de Israel.
Está escrito en la mishnáh que hay acciones que el hombre realiza en este mundo, y su aura y su mérito permanecen para el mundo venidero. Y entre ellas, se encuentra atraer la paz entre las personas. Vaya si es necesario que nos fortalezcamos y aprendamos a atraer la paz, el Shalóm, entre los hombres, y principalmente dentro del propio hogar, los hombres con sus mujeres y sus niños, porque nada hay más dulce y más bello que el Shalóm, la paz de la plenitud.
Porque el Shalóm es uno de los nombres de D's, y cuando hay Shalóm en el hogar se evidencia en él la presencia del Creador, y la providencia, y la bendición se hace patente. Y tenemos el privilegio de la Toráh y de las enseñanzas todas de nuestros sabios, que nos indican infinidad de caminos para arribar y asegurarnos el verdadero Shalóm dentro y fuera del hogar, el Shalóm sobre el que se apoya toda verdadera bendición, como está escrito: "Hashém fuerza dará a su pueblo, Hashém bendecirá a su pueblo con Shalóm".
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EL SENTIDO DE LAS MITSVOT
por Rav Natan ben-Jaím
Se pregunta el Rambám: "¿Qué tienen en común el shabát y la shevi'ít (el séptimo año de la tierra, sobre cuyos frutos está prohibido el lucro), que hace que para ambos esté escrito que son "leshém Hashém" (en nombre de D's), advertencia que no se menciona para ningún otro evento temporal?
El Rav Leivovich explica el comentario de Rashi del siguiente modo, en base a una lectura del Raabád: "La intención de las mitsvót es que el hombre sepa que tiene un Creador que reina sobre él". Tras que el Creador entregara la tierra a los hombres, éstos podrían pensar que la tierra les pertenece, que ellos son sus dueños.... y nadie más; y olvidar así al Creador; y tal olvido traería consigo la disolución del propósito sagrado de la Creación. El Raabád menciona varios ejemplos para ilustrar su explicación: Si D's le da al hombre la posibilidad de poseer un campo, viene junto con dicha posesión el conjunto de leyes relativas al arado, a la siembre y la cosecha; las normas relativas a la prohibición de labrar la tierra utilizando especies disímiles en yunta (por ejemplo, un buey y un burro uncidos juntos); la prohibición de cultivar "kiláim", o la obligación de dejar "peáh": una esquina del terreno para que su cosecha quede a disposición de los necesitados. Durante la recolección, la cosecha que cae de manos del dueño del campo debe quedar abandonada para que la recojan los necesitados, y lo mismo sucede con lo que resulte olvidado en el campo tras completar la faena. Y aún entonces, realizada ya la cosecha, se debe descontar de ella el maasér (el diezmo) y la trumáh. Tras moler el trigo y hacer harina, cuando tenemos ya la masa para hornear, tenemos el deber de quitar "jaláh" para alimento del Cohén. Y por último, antes de comer el pan y tras satisfacernos con él, tenemos un orden de bendiciones-consagraciones que pronunciar. Tal sistema se proyecta a todos los órdenes de la vida: a la vestimenta, al ganado, a las plantaciones; a cada instancia de la vida, a cada momento del año.
Dice nuestra parasháh: "Y será cuando vengan a la tierra que dispuse para ustedes..."; y remarca: "que Yo les di". Debemos mantener conciencia clara de que nada nos pertenece de por sí: todo cuanto poseemos, no está en nuestras manos sino para cumplir con un propósito sagrado. Por eso, cuando estamos en nuestra tierra, cada séptimo año debemos suspender toda labor y abstenernos de sembrar y cosechar. Y aquí se encuentra el paralelismo que halla Rashi entre el Shabát y la Sheviít: ambas instancias hacen propicio que anulemos la sensación de ser "amos" de la Creación y de la vida, y nos guían hacia la finalidad que señala el Raabád para todas las mitsvót: que sepa el hombre que el Creador gobierna sobre la Creación, y a El pertenecen (y a Su arbitrio se encuentran) la Tierra y cuanto ella contiene.
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