
Queridos amigos:

Los días que van desde la segunda noche de Pésaj hasta Shavuót son llamados "Sefirát HaOmer": la cuenta del Omer. A lo largo de 49 noches, contamos el paso del tiempo y, a su través, avanzamos por un camino de crecimiento espiritual. Cuarenta y nueve son los niveles de impureza en que se arrumbó el pueblo de Israel durante su estancia en Mitsráim: simétricamente, cuarenta y nueve serán los niveles de sacralidad y entendimiento que atravesaremos al prepararnos, desde nuestra liberación en Pésaj, para recibir la Toráh en Shavuót.
Cuentan nuestros sabios que Rabí Akiva tenía doce mil parejas de alumnos. Era la suya la mayor academia de Toráh de su tiempo; se estudiaban en ella las enseñanzas que recibiera Moshéh en el monte Sinai, y predicaba Rabí Akiva con su propio ejemplo la necesidad de adoptar vitalmente la Toráh, hacerla parte de uno, encarnarla, "aterrizarla" en la vida real. La tarea de in-corporar la Toráh es ardua: requiere, por un lado, la completa anulación del ego frente a La Voluntad del Creador, y por otro, una clara conciencia de la individualidad, del carácter único e irrepetible de éste que hemos venido a ser desde que nacimos a la vida. Pero sus alumnos, arrobados por la magnitud de la Verdad, llegaron a tal punto extremo de "hitbatlút", de auto-anulación, que se tornaron incapaces de seguir refiriéndose, unos a otros, como individuos dignos de atención y capaces de determinación alguna. Disolvieron las raíces que les mantenían atados a esta vida y se tornaron ajenos a ella; y un año, durante los días que van desde Pésaj hasta Shavuót, dejaron este mundo a manos de una peste que les ultimó súbitamente.
Durante los días del Omer, guardamos luto por ellos. Veinticuatromil luminarias de Toráh que desaparecen de este mundo en pocos días no pueden, más allá del luto, no llamarnos a reflexión. Ante la pregunta inmediata, nos respondía días atrás el Rav Azriel Tauber, en Banaij Tsión: "no murieron como 'castigo' por haberse perdido el respeto, sino como 'consecuencia' directa de haber abandonado" todo punto de vista que pudiera mantenerlos atados a la vida terrena. Trascendieron; antes de su tiempo completaron el camino y se fueron. Y el luto que mantenemos es porque sus almas no volvieron más hasta nosotros, y nos falta la fuerza de su Toráh.
En las parashiót de esta semana, Ajarei Mot-Kedoshím, volvemos a plantearnos el fallecimiento reciente de los hijos de Aharon, el sumo sacerdote hermano de Moshéh. Nadáv y Avihú ingresaron al área más sagrada del Templo, del Mishkán, y quemaron un "ketóret", un incienso, que no había sido expresamente dispuesto en el orden sagrado. El incienso, que muda el aroma y a través de ello cambia por completo la comunicación del alma con el Creador, está sujeto a reglas estrictas, cuya transgresión es penada con la mayor severidad. Mas por fuera de las distintas explicaciones que rastrean las bases del pecado cometido, que les hizo merecer la muerte inmediata, el Or HaJaím explora el móvil que les llevó a exceder su función sacerdotal. Y en su exploración, halla que sencillamente "no pudieron evitar entregarse" a la belleza, la dulzura, el deseo, la proximidad,... en el nivel espiritual al que habían arribado, ya no les fue posible hallar reposo ni sosiego ni placer en la realidad material, y corrieron apasionadamente rumbo a donde sabían que el más alto elixir les aguardaba.
Nos cuenta el Talmud que "Cuatro ingresaron al Pardés", al Prado de la Sabiduría. Uno murió; uno enloqueció; uno se entregó a la herejía. Sólo Rabí Akiva, "entró y salió con shalóm". Los otros tres, se vieron absorbidos por la fuerza del descubrimiento, por el remolino vertiginoso de la verdad que muda todo de sitio repentinamente y saca de quicio al deseo. Rabí Akiva entró con Shalóm, con paz y completitud; entró sabiendo con qué propósito ingresaba, sabiendo que uno no puede quedarse allí y seguir vivo. Preservó su shalóm, y salió, para ser el más grande de nuestros sabios hasta hoy.
Hemos relatado tres casos, que tienen una misma inquietud en su raíz, y que caen en el mismo tropiezo. Leemos en nuestra parasháh (Vaikrá -Lev.- XVI,8) que Aharón, el Sumo Sacerdote, toma dos chivos en Iom Kipúr, y echa suertes sobre ellos: uno será consagrado a D's, y el otro, a Azazél, al ángel que tiene por trabajo someter a prueba al Bien y a la Verdad, intentar derrumbarlos, tentarlos, hacerlos fracasar. El que sale sorteado para su consagración a D's, es sacrificado sobre el altar del Templo en una ceremonia sagrada. Sobre el otro, extenderá Aharón sus manos y confesará todos los pecados de Israel, y lo enviará con ellos, vivo, al desierto, a que expíe y dé ocupación a Azazél, para que éste no pueda sabotear el trabajo sagrado de Israel en el día de la expiación (de este pasaje nace la expresión "chivo expiatorio"). Hecho todo lo cual, se procede ya a la limpieza, a la purificación. Purgado el mal, se da la bienvenida al Bien y a la luz con la mayor dedicación.
Así funciona el trabajo espiritual de Israel: cada paso, cada obra, cada instancia de crecimiento, debe contemplar el "arriba" y el "abajo". Para que haya consagración del alma, se debe atender también al cuerpo, porque hemos venido a vivir sobre la tierra y a lo largo del tiempo, y no nos es propicio abandonar los requerimientos de quienes somos "abajo" para atender solamente a la pasión por el "arriba". Nadáv y Abihú, hijos de Aharón, se sienten compenetrados en su función sacerdotal, en su proximidad al Creador, y olvidan que son hombres sometidos al dictamen de la Toráh. Los discípulos de Rabí Akiva aprenden toda la Toráh, y se anulan a sí mismos ante la magnificencia de la Verdad. No se atreven a caminar otro paso hacia delante y recrear la Toráh desde su propia vida: el éxtasis es más fuerte que la compulsión a actuar, a hacer, que el recuerdo de la propia y humana misión sobre la tierra. Otro tanto, los sabios que ingresan al Pardés, que por vía de meditación sagrada acceden a que les sea develado el enceguecedor brillo de la Verdad: olvidan por completo a qué llegaron hasta allí, olvidan quiénes son, nada quieren saber ya de los zapatos que dejaron allá abajo vistiendo aquellos pies.... y se pierden en su viaje para siempre.
Sólo Rabí Akiva, de todos ellos, aprehende para sí la verdad. Cada mínima porción de sabiduría que adquirimos, tiene aplicación práctica en esta vida que hemos venido a redimir. Comemos, alimentamos al cuerpo, para dar soporte al trabajo del alma. Trabajamos por nuestro pan, para ser capaces del oficio sagrado. Ejercemos el más profundo amor, uniéndonos en matrimonio para dar cumplimiento a la re-unificación, consagrándonos en la Toráh. Todos los oficios del cuerpo y de la mente hallan asidero en el crecimiento espiritual, y nos dirigen hacia la más plena consagración. No; no es por vía de anular quien cada uno es, sino de tornar sagrado cada pensamiento, cada paso, cada acción, que daremos cumplimiento a la verdadera y más completa redención.
"La cabeza en el cielo, y los pies", caminando rumbo a donde la cabeza indica, "sobre la tierra", es la fórmula del quehacer de la Toráh. Desde la más completa autenticidad y sin desmayo, obreros de la Creación, haciendo propicia la construcción del Mikdásh, del Templo que conectará por fin alma y cuerpo, materia y espíritu, tiempo y verdad, en íntima e irrevocable unión. En eso estamos trabajando durante estos días del Omer: en consagrar la acción de cada instante, en tornarnos hábiles en el ejercicio de la Verdad.
Con vosotros mis brajót, desde una Ierushalaim luminosa,
daniEl I. Ginerman, y todo el equipo de Ieshivah.Net
editor@ieshivah.net
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APRENDIMOS EN LA GUEMARA ESTA SEMANA

El "shelíaj", enviado o delegado, de alguien, es para la ley como el mismo que lo envió. O sea, por ejemplo: si A solicita a B ir hasta donde se encuentra la prometida de A y consagrarla en matrimonio para él y B lo cumple, en ese preciso momento, A se transformará en un hombre casado, aún si estuviera a miles de kilómetros de distancia.

No se contempla (a la hora del juicio) que una transgresión haya sido cometida por uno, por delegación de otro. Para el cumplimiento de una mitsváh (un precepto), un hombre puede designar un "shelíaj", un enviado u delegado que lo haga por él. En ese caso, la mitsváh será de quien la ordena, y no de quien la hace, que es delegado del primero. Pero si uno solicita a otro la comisión de un delito, de una transgresión, a la hora del juicio será culpable quien efectivamente realizó la acción; porque nadie puede alegar haber recibido de un par la orden de transgredir el mandato de la Toráh, que está por encima de la voluntad de los hombres, y permanecer impune.

El "shelíaj", enviado o delegado, de alguien, es para la ley como el mismo que lo envió. O sea, por ejemplo: si A solicita a B ir hasta donde se encuentra la prometida de A y consagrarla en matrimonio para él y B lo cumple, en ese preciso momento, A se transformará en un hombre casado, aún si estuviera a miles de kilómetros de distancia.

No se contempla (a la hora del juicio) que una transgresión haya sido cometida por uno, por delegación de otro. Para el cumplimiento de una mitsváh (un precepto), un hombre puede designar un "shelíaj", un enviado u delegado que lo haga por él. En ese caso, la mitsváh será de quien la ordena, y no de quien la hace, que es delegado del primero. Pero si uno solicita a otro la comisión de un delito, de una transgresión, a la hora del juicio será culpable quien efectivamente realizó la acción; porque nadie puede alegar haber recibido de un par la orden de transgredir el mandato de la Toráh, que está por encima de la voluntad de los hombres, y permanecer impune.
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NADAMOS JUNTOS RUMBO A CASA
por Rav Dorón Rosilio
Hermanos amados!
Han pasado largas semanas desde la última vez que les escribí, y estoy muy feliz de retornar y contarles lo que siente mi corazón. Mi corazón se llena de emoción y de vida intensa de saber que es el momento de compartir con ustedes mi sentir y mis pensamientos, porque somos todos un único cuerpo que late y vive y respira; y así lo podemos sentir antes de toda comprensión intelectual: la maravilla del pueblo de Israel, disperso en todo el mundo, chispazos de luz errante con mentalidades distintas, distintos idiomas y hasta aspectos diversos.... y todas las diferencias se tornan insignificantes ante la magnitud de la raíz común que nos une, que me permite escribir aquí, en la sagrada Jerusalem plena del verdor primaveral con que nos bendice Hashém, y hablarles en estos días de la nostalgia del Mikdásh, del Templo Sagrado que añoramos, de la comunicación directa con el Creador, de cuanto ansiamos recuperar en la hora de la GueUláh: la Redención.
Sé de qué estoy hablando. Se trata de una vivencia muy intensa que se encuentra dentro nuestro: el ansia de Redención, la añoranza del Mikdásh implantada en el ADN espiritual de nuestro pueblo. Una vez -recuerda- teníamos a los Cohaním, los sacerdotes que oficiaban, y los profetas que veían y volcaban el sagrado saber y el "Ruaj HaKódesh" sobre nosotros, y había una inmensa luz. Y luego vino la dolorosísima caída. Y aún.... ahora, hay una añoranza que crece y renace en los corazones y en las almas y nos llama al retorno. Y aún si no entiendes plenamente a qué me refiero, aún si la falta de silencio te impide pensar reposadamente, debes saber, hermano mío, hermana mía, que somos como los salmones que comienzan a viajar contra la corriente, remontando el río, rumbo a su raíz, rumbo a donde nacieron, para devolverse al verdadero amor implantado en nuestros corazones. Hashém quiere ésto de nosotros y por ello se hace propicio, y nuestras vidas, si las miramos con atención, se revelan en una auténtica maravilla.
por Rav Dorón Rosilio
Hermanos amados!
Han pasado largas semanas desde la última vez que les escribí, y estoy muy feliz de retornar y contarles lo que siente mi corazón. Mi corazón se llena de emoción y de vida intensa de saber que es el momento de compartir con ustedes mi sentir y mis pensamientos, porque somos todos un único cuerpo que late y vive y respira; y así lo podemos sentir antes de toda comprensión intelectual: la maravilla del pueblo de Israel, disperso en todo el mundo, chispazos de luz errante con mentalidades distintas, distintos idiomas y hasta aspectos diversos.... y todas las diferencias se tornan insignificantes ante la magnitud de la raíz común que nos une, que me permite escribir aquí, en la sagrada Jerusalem plena del verdor primaveral con que nos bendice Hashém, y hablarles en estos días de la nostalgia del Mikdásh, del Templo Sagrado que añoramos, de la comunicación directa con el Creador, de cuanto ansiamos recuperar en la hora de la GueUláh: la Redención.
Sé de qué estoy hablando. Se trata de una vivencia muy intensa que se encuentra dentro nuestro: el ansia de Redención, la añoranza del Mikdásh implantada en el ADN espiritual de nuestro pueblo. Una vez -recuerda- teníamos a los Cohaním, los sacerdotes que oficiaban, y los profetas que veían y volcaban el sagrado saber y el "Ruaj HaKódesh" sobre nosotros, y había una inmensa luz. Y luego vino la dolorosísima caída. Y aún.... ahora, hay una añoranza que crece y renace en los corazones y en las almas y nos llama al retorno. Y aún si no entiendes plenamente a qué me refiero, aún si la falta de silencio te impide pensar reposadamente, debes saber, hermano mío, hermana mía, que somos como los salmones que comienzan a viajar contra la corriente, remontando el río, rumbo a su raíz, rumbo a donde nacieron, para devolverse al verdadero amor implantado en nuestros corazones. Hashém quiere ésto de nosotros y por ello se hace propicio, y nuestras vidas, si las miramos con atención, se revelan en una auténtica maravilla.
¿COMO SE TORNA SAGRADO UN HOMBRE?
por Rav Israel Meir
Al principio de la parasháh "Kedoshím" (la segunda de las dos que leemos esta semana) está escrito: "Seréis sagrados porque sagrado Soy D's, vuestro Elokím". He aquí que nos ordena Hashém ser sagrados. A primera vista, pareciera que se nos ordena la santidad del justo, del tsadík, que camina por un sendero de rectitud sin mácula y cumple así con la voluntad del Creador. Pareciera que se espera de nosotros algo que está por encima de las posibilidades de casi todos.
En nuestros libros sagrados, se nos dice que debemos asemejarnos al Creador puesto que de acuerdo a su imagen fuimos creados. Que debemos fundirnos en El. ¿Y es posible, acaso, alcanzar tal cumbre? Si D's es, a nuestra visión, un fuego inasible siquiera por el pensamiento, ¿cómo podríamos fundirnos en El, o asemejarnos a El siquiera? Responden nuestros sabios que hay un único camino para lograrlo, y consiste en asemejarnos a El en la acción, en las cualidades que determinan el modo de actuar del Creador respecto de sus creaturas. Así como El manifiesta misericordia, nos cabe ser misericordiosos. Así como es espléndido, revelarnos en esplendor. Así como hace Bien, hacer bien.
Explican nuestros sabios que el Creador actúa incidiendo, entregando, brindando. Todo El es, respecto de nosotros, "tov umeitív", bien que hace bien y brinda bien. Nosotros, por naturaleza, somos esencialmente receptores. Requerimos permanentemente, y recibimos, tomamos, "consumimos" sin cesar. Esa voracidad de recibir, de consumir, de acumular para nosotros mismos, nos aleja del Creador, de la esencia del bien, de la semejanza de D's. Mas está en nosotros aprender a, sin dejar de recibir, hacerlo por voluntad de dar. Ser para hacer. Tomar para brindar, aprender para incidir, estudiar para enseñar.
Entonces, si se esfuerza el hombre en trabajar sobre su naturaleza y aprende a recibir por voluntad de dar, a desear bien para sí por fuerza de su deseo de hacer el bien hacia fuera de sí, se estará aproximando a la imagen del Creador de acuerdo a la cual hemos sido creados. Y entonces, recién, podrá llamarse "sagrado", socio del Creador en la Creación, obrero de la Verdad para la construcción de un nuevo Reinado del Bien y la Verdad sobre la Tierra.
por Rav Israel Meir
Al principio de la parasháh "Kedoshím" (la segunda de las dos que leemos esta semana) está escrito: "Seréis sagrados porque sagrado Soy D's, vuestro Elokím". He aquí que nos ordena Hashém ser sagrados. A primera vista, pareciera que se nos ordena la santidad del justo, del tsadík, que camina por un sendero de rectitud sin mácula y cumple así con la voluntad del Creador. Pareciera que se espera de nosotros algo que está por encima de las posibilidades de casi todos.
En nuestros libros sagrados, se nos dice que debemos asemejarnos al Creador puesto que de acuerdo a su imagen fuimos creados. Que debemos fundirnos en El. ¿Y es posible, acaso, alcanzar tal cumbre? Si D's es, a nuestra visión, un fuego inasible siquiera por el pensamiento, ¿cómo podríamos fundirnos en El, o asemejarnos a El siquiera? Responden nuestros sabios que hay un único camino para lograrlo, y consiste en asemejarnos a El en la acción, en las cualidades que determinan el modo de actuar del Creador respecto de sus creaturas. Así como El manifiesta misericordia, nos cabe ser misericordiosos. Así como es espléndido, revelarnos en esplendor. Así como hace Bien, hacer bien.
Explican nuestros sabios que el Creador actúa incidiendo, entregando, brindando. Todo El es, respecto de nosotros, "tov umeitív", bien que hace bien y brinda bien. Nosotros, por naturaleza, somos esencialmente receptores. Requerimos permanentemente, y recibimos, tomamos, "consumimos" sin cesar. Esa voracidad de recibir, de consumir, de acumular para nosotros mismos, nos aleja del Creador, de la esencia del bien, de la semejanza de D's. Mas está en nosotros aprender a, sin dejar de recibir, hacerlo por voluntad de dar. Ser para hacer. Tomar para brindar, aprender para incidir, estudiar para enseñar.
Entonces, si se esfuerza el hombre en trabajar sobre su naturaleza y aprende a recibir por voluntad de dar, a desear bien para sí por fuerza de su deseo de hacer el bien hacia fuera de sí, se estará aproximando a la imagen del Creador de acuerdo a la cual hemos sido creados. Y entonces, recién, podrá llamarse "sagrado", socio del Creador en la Creación, obrero de la Verdad para la construcción de un nuevo Reinado del Bien y la Verdad sobre la Tierra.
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